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Los límites de la ciencia

  • Foto del escritor: Angel Rafael Sosa Muniz
    Angel Rafael Sosa Muniz
  • 21 oct 2019
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 27 may 2020



Sea ya por su tan eficaz y seductora virtud o por su impotencia y pesadez, la ciencia resulta ser uno de los temas más debatibles y controversiales de los tiempos actuales, tema al que me sumo en la disputa intelectual, con la intención de aportar, aunque sea algo pequeño, a mis lectores una mayor lucidez en este tema.


Ante una sociedad que se entrega de manera irracional e irreflexiva a los descubrimientos científicos, la ciencia se ha erigido no ya como una rama del método filosófico, cuyas raíces son rastreables hasta el método Cartesiano y su famosa «duda metódica», sino que encontramos ahora a una ciencia arrancada de sus propias raíces y que ha sido endiosada; de manera que ahora tenemos, de entre algunos de los que se precian de ser científicos, a aquellos que la tienen por su dios y señor, el cual les dicta el camino a seguir en todas las circunstancias posibles.


Es interesante el espectáculo de ignorancia y pedantería que se da sobretodo en científicos que, cumpliendo con la descripción anteriormente dada, intentan abordar la empresa de explicar campos ajenos a sus áreas de estudio. Caso conocido es el de Richard Dawkins o Stephen Hawking y sus intentos por abordar la existencia de Dios desde una perspectiva científica, otro caso conocido es la famosa frase naturalista del cosmologo Carl Sagan en su programa «Cosmos», acerca de la existencia de el Universo y todo cuanto hay en él. Ésta clase de comentarios, provenientes de personas de ciencia importantes, me hacen pensar acerca del enfoque que se le da al científico. ¿Es acaso el científico un alma en búsqueda de la verdad, ó se trata acaso de un miembro de una nueva religión naturalista carente de una praxis religiosa y espiritual bien definida?


La pregunta nos plantea un reto de manera implícita: abordar los límites de la ciencia y reconocer hasta donde el método científico puede alcanzar a explicar la realidad. Por lo que acometeré ésta empresa con la mayor lucidez y claridad posible, a fin de que, tanto los doctos como los más ignorantes en el tema, sean capaz de entenderlo.


Para los que me conozcan, sabrán que detesto utilizar la palabra «ciencia» para dirigirme únicamente a las materias como la física, química o cualquier otra materia empírica, debido a que reconozco el valor de ciencia que ofrecen el resto de materias, aunque no utilicen el método experimental propiamente. No obstante, restringiré mis deseos durante éste escrito y utilizaré la palabra para referirme únicamente a las ciencias empíricas.


Los dioses falsos y los demonios verdaderos


Se puede rastrear la enfermedad que ahora azota al mundo occidental hasta la podredumbre ideológica de la revolución francesa, impulsada por las ideas de los ilustrados. En efecto, el escenario de una decadente Francia imperial es donde nació gran parte de los males que se han ido expandiendo a lo largo de todo el mundo occidental y que culminarán como un patógeno matando a su huésped.


La revolución francesa es el cierre de una era y el comienzo de otra, más en específico, podemos decir que durante la revolución francesa se dio la introducción violenta y estrepitosa de ideologías que buscaban cambiar los cimientos sobre los que se había fundado el mundo occidental. Si el mundo occidental mantenía en su núcleo los valores de fe, esperanza y caridad promovidos por parte de la Iglesia Católica, la revolución francesa buscaba destronar esos valores para poner en su lugar a los de libertad, igualdad y fraternidad.


Desde ya se puede ver la ideología libertaria y, me atrevería a decir, masónica sobre la que está fundada nuestra sociedad actual, la cual fue impulsada por los pensamientos de diversos ilustrados como Voltaire. No obstante, y aunque el tema de la revolución francesa es un tema interesante, dejémoslo de lado para entrar verdaderamente al tema que nos acongoja.


Previo a la revolución francesa, el periodo de la ilustración fue un momento de la historia humana en donde pasábamos a entronizar a la razón por sobre todas las cosas. Bien se ha dicho que es aquí en donde se ve más claramente que abandonamos la religión del Dios hecho hombre por la del hombre hecho dios. En efecto, las ideas surgidas por los movimientos racionalistas fueron el cimiento para la época ilustrada. Esto afectaría notablemente a la ciencia, pues pasaríamos de tener una ciencia basada en los principios físicos de Aristóteles a una ciencia basada en algo totalmente nuevo (Que no precisamente tenía que ser mejor, he ahí el porque de algunos escándalos) y que mecanizaba a todos los procesos físicos. Ésta mecanización sería fuertemente inspiradora para personas como Pierre-Simón Laplace, el cual utilizaba ésta mecanización (Presente en las leyes de Newton) para sustentar sus ideas deterministas, las cuales enunciaba de la siguiente manera:


«Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría concebir un intelecto que en cualquier momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen; si este intelecto fuera lo suficientemente vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro, así como el pasado, estarían frente a sus ojos.» -Pierre-Simón Laplace

Y es justamente éste «intelecto», éste «demonio de Laplace» el que define perfectamente uno de los problemas más graves del mundo intelectual moderno: El Cientificismo.


Para todo buen espíritu que se encuentre atento al mundo que le rodea, notará la pesada carga que el método empírico ejerce en ámbitos de estudio ajenos al suyo.


Ciertamente la ciencia como dios y señor, es un dios terrible que subyuga a todo intelecto a su método y no reconoce campos ajenos, sino que para él todo es abarcable. Precisamente en lo anterior dicho reposan las palabras de Laplace, que posteriormente serán inflamadas por los deterministas y materialistas para negar todo sentido de trascendencia humana. En efecto, el hombre dejará de ser hombre para ser un mero saco de materia.


Cosa curiosa es el determinismo, pues como dice Chesterton[1]:


«Es tan probable que el determinismo conduzca a la crueldad como a la cobardía. El determinismo no es incompatible con el hecho de tratar cruelmente a los criminales. Con lo que tal vez es incompatible es con darles tratamiento benigno; con apelar a sus mejores sentimientos; con alentarlos en su lucha moral. El determinismo no cree en la eficacia de apelar a la voluntad, pero cree en la eficacia de cambiar el medio ambiente.» G.K. Chesterton

Del endiosamiento de la ciencia obtenemos un reduccionismo tremendo, no sólo de los campos del conocimiento, sino también del sentido de la vida humana, que al final vendrán en la forma de un determinismo y materialismo que no reconocerán fronteras. No obstante, para nuestro beneficio, éstas ideas no son más que pedanterías de espíritus perturbados y engañados que niegan la más profunda esencia de su ser.


Empresa tremendamente larga sería ofrecer una refutación a todas las ideas materialistas y deterministas, empresa que podría servir para escribir un libro mucho más extenso que éste breve ensayo, por lo que expondré rápidamente las razones más fundamentales por las que las ideas Laplacianas y, en general, materialistas/cientificistas son, cuanto menos, abominables para el ser humano.


Preciso es señalar que de la ciencia mucho se puede obtener si se le utiliza correctamente, no obstante, no nos garantiza la obtención de absolutamente todo; siendo esto lo que realmente es la ciencia, tenemos a una banda de cientificistas queriendo imponer a su dios a toda la sociedad bajo el estandarte del conocimiento y el progreso.


En ciencia, se clasifican las cosas en base a sus operaciones. Necesario es tener en mente ésta afirmación para poder entender la injustificación de las ideas cientificistas.


Por lo que, tomando lo dicho anteriormente, reconocemos en la materia únicamente cuatro modos de operar [2]; dos de largo alcance y dos de corto alcance, me refiero a las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, las cuales son las que siguen:

  • Gravitatoria

  • Electromagnética

  • Nuclear fuerte

  • Nuclear débil

Por tanto, todo lo que no opere mediante éstas cuatro fuerzas no es materia. Es preciso entonces que expliquen los deterministas y materialistas, como es que la materia puede pasar de éstas cuatro fuerzas a explicar la racionabilidad, voluntad (aunque negada por los deterministas, deben de explicar el dinamismo, aunque sea determinista, en el hombre) y conciencia del hombre. La respuesta es que no podrán dar respuesta. Debido a que en ciencia, y gracias al principio de razón suficiente, es necesario dar una respuesta satisfactoria a la cuestión planteada, se debe de admitir que la razón de la cuestión es ajena a la materia.


No es lo mismo escuchar una sonata de Mozart a ver una tabla de presión atmosférica con los datos recopilados al momento de que la orquesta ha tocado. ¿Cómo los procesos de la materia explican mi deseo interno de religiosidad? ¿No es acaso éste mismo sentido interno de trascendencia la prueba sensible de la existencia de algo más allá de la materia?


Independientemente de la existencia de un más allá religioso, es preciso reconocer que la ciencia no puede explicar la realidad en su totalidad. Y esto es porque la proposición en si misma carece de lógica alguna. En efecto, la proposición «La ciencia es todo lo que podemos creer porque es comprobable científicamente» es en sí misma una tesis epistemológica antes que ontológica, o sea, no es lo mismo que el naturalismo, (aunque se tienda a confundir ambas en la práctica o a fusionarse) y que es carente de base lógica puesto que, ¿puedes demostrar esa proposición científicamente? Claro que no. La proposición dada es filosófica antes que científica. Tenemos entonces que la tesis cae por su propio discurso.


Seamos más rigurosos y veamos más razones del porque el cientificismo es absurdo. Primero que nada, es preciso reconocer que la ciencia no parte de cero, sino que toma presupuestos que son indemostrables por el método científico para comenzar a construir un sistema. La existencia de la realidad extra-mental y objetiva, así como principios metafísicos como el principio de identidad (algo es lo que es), el principio de no contradicción (algo no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias) o la ley de causalidad son presupuestos del método científico y completamente incomprobables por él (De hecho, los principios fundamentales de la metafísica son completamente indemostrables, porque al tratar de demostrarlos se tienen que asumir). De igual manera las mismas matemáticas son ajenas al método científico porque son construcciones esquemáticas ideales, por lo que no tienen impacto ontológico alguno, y debido a esto, no se puede tener un conocimiento existencial ([3], [4]) de ellas, luego no pueden ser demostradas por la experimentación.


Hay que reconocerlo, la ciencia se erige impotente y humillada fuera de su campo, el cual es reducido y sumamente específico. Por lo que son completamente injustificadas las posiciones cientificistas de Hawking, Sagan o Neil deGrasse Tyson. En efecto, reducir el campo gnoseológico humano a únicamente el conocimiento brindado por el método experimental es acabar con todo conocimiento humano.


Simplemente, si se ignora la metafísica (cosa común en estos tiempos de irracionalidad) tendremos una crisis en las cuestiones del ser, por lo que toda ciencia que tuviésemos se desmoronaría. Quita la filosofía del tablero y el mundo completo se viene abajo.


No obstante, la ignorancia es atrevida, y más aún el sentido de vanidad del ser humano, alimentado por la arrogancia, hace que científicos, que son unos doctos en sus campos de estudio, hagan declaraciones sumamente estúpidas cuando hablan de temas en los que son unos completos ignorantes, y peor aún es que hagan esas declaraciones con una seguridad pasmosa únicamente por ser buenos en otra área de trabajo. Pongamos un ejemplo.


Es bien conocido el libro «El Gran Diseño» de Stephen Hawking que hizo en colaboración con Leonard Mlodinow, que fue publicado en el año 2010. Es en éste libro donde Hawking afirma una de las mayores barbaridades y estupideces que la inventiva humana puede decir acerca de algo cuando se está intentando usar la razón. Cito [5]:

«Dado que existe una ley como la de la gravedad, el Universo pudo y se creó de la nada. La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada, es la razón por la que existe el Universo, de que existamos. No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo.» - Stephen Hawking

Ésta frase, dicha por uno de los científicos más importantes del siglo, es propia de un ignorante tanto en temas de ciencia y filosofía. Respondamos utilizando las dos partes.


Desde la filosofía sería el golpe de gracia a la afirmación de Hawking. La definición de «nada» es la negación del ser, por lo que la nada no es, y como la nada no es, entonces es absurdo que el ser provenga del no ser. Nadie da lo que no tiene. Tal parece que Hawking se metió a la ontología y metafísica sin medir sus palabras, craso error. Ex nihilo nihil fit.


Desde la ciencia hay que definir primero que es la gravedad. La gravedad es una de las interacciones a larga distancia que tiene la materia, de modo que, ahí donde hay materia, hay gravedad. Precisamente porque la fuerza de gravedad, que da origen a la ley de gravitación, se manifiesta únicamente si hay materia, ¿cómo se le ocurre a Hawking afirmar que la ley seguirá presente en una nada? Es una reverenda tontería afirmar que en ausencia de materia la ley de gravedad seguirá existiendo.


La ley de la gravedad es únicamente una relación operacional que se da entre la materia, por lo que en ausencia de materia (puesto que el universo no existía para entonces) se imposibilita la existencia de la ley.


Aquí es preciso recordar las palabras de Chesterton acerca de las leyes científicas [6]:


«Una ley implica que conozcamos la naturaleza de su generalización y establecimiento, no que tengamos sólo una vaga idea de sus efectos.» -Gilbert Keith Chesterton

Es preciso preguntarse si Hawking conocía la idea detrás de la ley de la gravitación al momento de escribir lo anteriormente criticado.


La teoría de la generación espontánea tiene más sentido que la afirmación de Hawking, porque al menos tenemos algo detrás de la generación. De igual manera la magia es más lógica que la proposición dada, porque al menos tenemos al mago detrás de todo, pero, ¿la nada? ¿Qué podremos decir respecto a ello sino que es producto de una mente irrazonable?


Curioso es, ciertamente, que los científicos más necios a aceptar la existencia de un creador se vean obligados a realizar un salto de fe irracional que implica proclamar demonios falsos o proposiciones ilógicas. Aquí es donde es preciso cuestionarse, ¿qué es más racional?


El cientificismo también parece ignorar la existencia de una jerarquía de verdad [7], la cual determina el «grado de verdad» que poseen las mismas verdades. Siendo la verdad experimental (o científica) el peldaño más bajo de la jerarquía; se erigen sobre ella las verdades matemáticas, más puras y abstractas; de ellas se erigen las verdades metafísicas, que constituye el grado más alto al que puede aspirar la razón humana; y en el pináculo de la jerarquía, se erigen triunfantes y gloriosas, las verdades reveladas por la providencia divina, cuyo intelecto infinitamente superior nos ofrece verdades inaccesibles para nuestra razón impotente, las cuales son conocidas únicamente mediante la revelación.


¿Qué podrá la ciencia impotente ante la verdad revelada si no es capaz de superar a las verdades matemáticas de las cuales necesita para existir?


De la misma manera en que Blaise Pascal decía en sus pensamientos [8]:


«La suprema adquisición de la razón, consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan.» -Blaise Pascal

Hay que reconocer que los límites de la ciencia se encuentran en los campos experimentales, y que existen campos ajenos a ella, que son mucho más grandes y fundamentales.


Conclusión


La ciencia es una buena herramienta para obtener información acerca de la realidad material que nos rodea, no obstante debemos de evitar endiosarla al grado de ponerla por sobre todas las cosas.


La ciencia es de un campo muy específico y no lo abarca todo, el científico que se precie de serlo reconocerá esto último.


Es preciso reconocer que los límites de la ciencia no son únicamente metodológicos o inscritos en su naturaleza empírica, sino que también se la debe limitar en cuanto a la ética y la moral. La frase «Todo sea por la ciencia» no es únicamente arrogante y frívola, también es amoral y en contra de los principios humanos. No obstante, debido a la extensión de éstas limitaciones, las dejaremos para otro día.


~ Rafael


Bibliografía, referencias y comentarios:


[1] Chesterton, G.K. (1998). El maniático. En «Ortodoxia» (p.15). México: Porrúa.

[2] En física, los términos «fuerza» e «interacción», son equivalentes. Por lo que, cuando hablamos de fuerzas estamos hablando de interacciones entre dos sujetos.


[3] Se entiende por conocimiento existencial a la modalidad de comprensión intelectual en la que se conoce por la experiencia, enfocándonos aquí en la experiencia científica, aunque el concepto no sea reducible únicamente a éste tipo de experiencia.


[4] Sanguineti, J. (2005). Pensamiento abstracto y por experiencia. Conocimiento por connaturalidad. En «El conocimiento humano: Una perspectiva filosófica» (p. 127). Madrid: Palabra.


[5] 2010 - «El gran diseño» Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, Editorial Crítica


[6] Chesterton, G.K. (1998). La Ética en el país de los elfos. En «Ortodoxia» (p.30). México: Porrúa.


[7] S. Th II-II q. 171 a. 5,3


[8] Pascal, B. (2015). Sumisión y empleo de la razón. En «Pensamientos y otros escritos» (p.204). México: Porrúa.

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