El hombre que fue Gilbert Keith Chesterton
- Angel Rafael Sosa Muniz
- 27 sept 2019
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 27 may 2020

Polémico, conservador, tradicionalista, amante de la vida, implacable, soñador,...Católico.
Hablar de Chesterton son palabras mayores, lo anterior no ha sido más que una serie de títulos que podríamos otorgarle a este Inglés, no obstante no podríamos catalogarlo precisamente en uno.
A diferencia de hablar sobre un texto filosófico o científico, al hablar de Chesterton me encuentro anonadado, pues las pasiones que despierta su pluma embelesan el alma y la regocijan con un encanto propio de los cuentos de hadas; que nos pone muy alto el precio a pagar para hablar de su genio. En efecto, es difícil comenzar a hablar sobre un grande como Chesterton, pues entre más convencido se está respecto a lo que se habla, más difícil es transmitir ese conocimiento. Por lo que me veré en la necesidad de organizar mis ideas a fin de transmitir un atisbo del genio de Chesterton, y con suerte, un poco de su pasión inquisidora que alienta al alma.
G. K. Chesterton
Durante la decadente Inglaterra victoriana del siglo XIX, nacería en Campden Hill, Londres, uno de las más grandes inquisidores de la Inglaterra moderna.
En medio de la podredumbre y la maldad que nacería del seno de la Inglaterra Victoriana y que se propagaría hasta el siglo XX, una luz emergería como voz de la razón en medio de un escenario donde los cimientos de la fe y la tradición serían atacados con un ímpetu cristianamente alarmante.
Ciertamente, es bien conocido el pasaje que reza:
«Donde abunda el pecado, sobreabundó la gracia».
Un ejemplo claro de este pasaje sería Chesterton, que en medio de su sociedad cambiante y progresista, él se establecería como uno de los estandartes ingleses que harían el llamado a conservar el pudor de la tradición. Todo esto puede ser observado en sus numerosas discusiones con el señor George Bernard Shaw o el famoso H.G Wells, que constituirían sus más grandes rivales, sobretodo con aquél.
Con estos mosqueteros, que tantas veces midieron su armas dialécticas, uno no puede más que pensar en la riqueza que el espectáculo de la refriega ideológica habría cobrado al momento de ver nacer a sus dos más grandes combatientes. Por un lado tenemos a George Bernard Shaw, el cual sería la representación de un modernismo que empuja a derribar los pilares de la fe y el pudor social que se mantenía vivo en la tradición. Por otro lado tenemos a Gilbert Keith Chesterton, el cual representaría la voz de Dios en medio de aquél escenario, los llamamientos continuos al respeto de la vida tradicional, en consonancia con el mantenimiento de la herencia cristiana de la Europa, constituirían sólo una parte de las ideas de éste implacable, pero afable, inquisidor.
Chesterton y Shaw nacieron tal para cual, ambos con el mismo carácter proselitista, polémico y altamente elocuente. No había entre ellos cuestión alguna en la que sus opiniones no estuviesen en el más diametral desacuerdo. Sus opiniones respecto a la vista del mundo no pueden ser más que la opinión de dos personas que parecerían haber visto dos mundos distintos.
La oposición de sus opiniones encendió y mantuvo encandilada, durante dos generaciones, la más fragorosa batalla que nunca había engendrado la inventiva. La elocuencia y la sutileza de estos dos grandes caballeros embelesaban a las almas que estuviesen en medio de tan alta batalla; la controversia pública y la paradoja que ambos manejaban no ayudaban más que a mantener cautivado al público, que en muchas ocasiones, dejando de lado el objeto de la riña, se fascinaban ante tal espectáculo.
Craso error sería reducir a Chesterton como un simple polémista mas que defendía a la vida desde un punto de vista cristiano. Chesterton era más que eso.
En el fondo de un hombre que ardía fragoroso en la batalla dialéctica, encontramos a un hombre sencillo, con un amor a la vida intenso y que detestaba las ideas de los puritanos, pero que mantenía un intenso amor a la cruz de su Señor. La diferencia paradójica que el vulgo puede tener acerca del cristiano y el puritano hace que Chesterton reluzca por su carácter altamente rebelde. En efecto, un cristiano es puritano sólo en la medida en que un ateo es cristiano, y esto Chesterton lo entendía muy bien, pues la virtud del Cristianismo no consistía en regocijarse en el pudor público, sino que consistía en algo más humano, en el gozo de la vida eterna.
Para entender a Chesterton en su aspecto más humano hace falta leer su obra y comprender un poco su vida. Sobre este inefable batallador no podemos más que platicar un poco su vida sin entrar en muchos detalles.
Nacido de una familia de clase media, con dos padres a los que se les podría catalogar como «Librepensadores» al más puro estilo victoriano de la palabra, Chesterton crecería en un ambiente donde el amor hacia la fe no constituiría el núcleo familiar. Durante su juventud comenzaría su educación en el «Colet Court» y después la concluiría en el colegio privado «St. Paul» en Hammersmith Road. La opinión de Chesterton ante el sistema educativo sería «Ser instruido por alguien que no conocía, acerca de algo que no quería saber». Desde joven Chesterton fue un buen lector, esto lo deja entrever en «Ortodoxia», en donde narra su paso del agnosticismo a la fe. Después de un tiempo se convencería de la realidad del Catolicismo y, en un evento cuasi histórico, anunciaría su cambio de la fe anglicana a la fe católica, generando un fuerte aspaviento ante la opinión pública, que no sería del todo decoroso. Es desde este momento de su vida, en donde Chesterton fungiría como un verdadero inquisidor de Cristo, empezando una nueva vida fiel a sus principios.
Chesterton fue un verdadero amante de la Iglesia y de Cristo, su especial devoción a la Santísima Virgen María se vería reflejado en su poema «A nuestra Señora de las siete espadas». Tesitimonio da de esto el padre Vincent McNabb, el cual relataría su último encuentro con Chesterton de esta manera.
«Fui a verlo cuando murió. Pedí estar solo con el hombre moribundo. Allí aquel gran marco estaba en el calor de la muerte; la gran mente se preparaba, sin duda, a su propio modo, para la vista de Dios. Esto era el sábado, y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantantes más dulces de aquella hija de Sion siempre bendita, María de Nazareth. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran una de las dotaciones de su gran corazón, y luego recordé la canción de los Cruzados, el Salve Regina, que nosotros los Blackfriars cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Dije a Gilbert Chesterton: "Usted oirá la canción de amor de su madre". Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: "Saludos, Reina Santa!" » Vincent McNabb
Pero no sólo se puede reducir el amor de Chesterton al cristianismo, pues como todo buen cristiano, éste debía extender su amor desde su aspecto más privado hasta el aspecto más público. En efecto, Chesterton era un patriota, un patriota con un gran amor a su patria, y fue gracias a ese amor que éste «Monumento andante de Inglaterra» encontrábase con el corazón crucificado como su Señor, pues al ver como su patria era comandada por una familia real tan viciosa no podía este más que utilizar su tan punzante crítica para despertar del sueño dogmático a sus contemporáneos compatriotas, actitud que lo costó sumamente caro.
El amor de Chesterton reconocía también a su, tan amada mujer, Frances. Podemos observar el amor que derrochaba Chesterton por su mujer en las cartas que éste le dirigía durante su noviazgo. Es preciso observar la actitud con la que Chesterton se dirigía a su mujer para observar el amor del mismo. Esto se puede observar en uno de los momentos más dramáticos de la vida de éste gran hombre, me refiero a sus últimos momentos en éste mundo, en donde, dirigiendo sus ultimas palabras a su mujer y su hija, las consolaba no con palabras de despedida, sino con palabras de saludo. Siguiendo el relato escrito por Joseph Pearce. [1]
«Frances, quien estuvo durante toda su convalecencia al lado de su marido, lo vio despertar por última vez, estando presentes ella y Dorothy, la hija adoptiva de ambos. Al reconocerlas, Chesterton dijo: "Hola, cariño". Luego, dándose cuenta de que Dorothy también estaba en el cuarto, añadió: "Hola, querida". Estas fueron sus últimas palabras. Aun así, sus palabras fueron sumamente apropiadas; en primer lugar, porque estaban dirigidas a las dos personas más importantes de su vida: su mujer y su hija adoptiva; y en segundo lugar, porque eran palabras de saludo y no de despedida, significaban un comienzo y no el final de su relación» Joseph Pearce
Todo esto nos da una idea del profundo amor que Chesterton poseía a su mujer. En efecto, Chesterton era un feminista, pero no del modo vulgar y nocivo con que hoy conocemos el termino, Chesterton era feminista en cuanto a reconocer la virtud de la mujer. Como todo buen caballero, el se veía como un protector de la mujer, un defensor de su castidad y su pureza. El mismo sabía que el papel de la mujer sería fundamental al momento de destruir la sociedad occidental, y por esa misma razón escribiría en sus obras el profundo dolor que le provocaba ver a los movimientos feministas alejar de la mujer su verdadera virtud en aras de convertirla en algo ajeno a si misma. Para Chesterton, el valor de una acción, como la de una mujer recogiendo flores para su marido, era inmensamente mayor que la de estar realizando ajustes de cuentas en una notaría pública. La acción de la mujer recogiendo flores era tan virtuosa como la de Tom Bombadil recogiendo flores para su hermosa Baya de Oro. [2]
La obra de Chesterton
La obra de Chesterton es tan extensa que sería capaz de llenar una biblioteca con sus poemas, novelas y escritos.
Difícil es, hablar de su obra, pues el «príncipe de las paradojas» es un escritor al que se le puede releer sin problema alguno y que seguirá provocando el mismo efecto de sutileza como la primera vez que se le lee.
Mucho se ha dicho sobre la obra de Chesterton por parte de personalidades tan grandes como Borjes, pero personalmente me decanto por la excelente de Augusto Assía. [3]
Aunque, superficialmente considerada, la obra de Chesterton aparece sólo como un intento ingenioso de encontrar la verdad por procedimientos originales en los que el ingenio y la originalidad semejan lo principal y la verdad lo secundario, en realidad ocurre todo lo contrario. Chesterton vivió perpetuamente desasosegado por la idea de la verdad, y sus paradojas no eran sino el doble lazo con que pretendía coger por los cuernos tan elusivo toro. Su versatilidad estaba propulsada por el mismo desasosiego, el cual le llevaba del verso al artículo de periódico; de éste al ensayo filosófico; del ensayo a la novela teológica, cuando no detectivesca, o al discurso proselitista y a la controversia. Augusto Assía
El estilo chestertoniano de la escritura polémica constituye su firma característica. Ésta no debe ser interpretada jamás sin tener consideración de su profundo amor a la Iglesia de Jesucristo, aquí es donde entramos en disonancia con Jorge Luis Borjes en la crítica hacia la obra chestertoniana, pues si apartamos la actitud religiosa de la obra de Chesterton ¿qué le dejamos a este hombre?
La obra de Chesterton no se remite a unicamente una escritura apasionada y polémica de los temas, su obra constituía también en un proselitismo apasionado, reflejado en el semanario G. K's. Weekly, donde encontramos una colaboración de una pléyade escogida de jovenes intelectuales católicos.
Su obra también se extiende al aspecto económico. Chesterton detestaba al capitalismo y al comunismo por igual, lo que lo llevó a la creación, en conjunto con Hilaire Belloc, de una tercer idea de sistema económico, el distributismo, inspirado en la doctrina social de la Iglesia. La idea chestertoniana del sistema económico se encuentra fuertemente ligada a la concepción de la libertad que él tenía. La reforma abstracta que se había impuesto en la Europa es, según Chesterton una maldición que ha devorado la libertad concreta que poseían los antiguos pueblos cristianos.
« La libertad de la post Reforma significa esto: cualquiera puede escribir un folleto, cualquiera puede dirigir un partido, cualquiera puede imprimir un periódico, cualquiera puede fundar una secta. El resultado ha sido que nadie posee su propia tienda o sus propias herramientas, que nadie puede beber un vaso de cerveza o apostar a un caballo. Ahora yo les ruego a ustedes, con toda seriedad, que consideren la situación desde el punto de vista del hombre del pueblo. ¿Cuántos seres humanos desean fundar sectas, escribir folletos o dirigir partidos?». G.K. Chesterton
Conclusión
G.K. Chesterton es un modelo a seguir del Católico escritor, en él tenemos la convergencia de una actitud férrea y aguerrida a conseguir siempre la verdad, pero sin olvidarse de la caridad cristiana que su confesión católica le imprimía. Dotado por la providencia de una agilidad intelectual excepcional, que sumándose a la actitud proselitista de Chesterton, obtendríamos a un genio entre genios.
Los católicos del siglo XXI vivimos en un mundo que Chesterton parece haber profetizado. «Llegará el día en que será necesario desenvainar la espada para afirmar que el pasto es verde»
Su obra constituye un núcleo de argumentación que apela al sentido común, la intuición y a la misma humanidad presente en cada uno de nosotros, ciertamente se trata de una obra que cualquier Católico debe de tener presente al momento de querer acercarse a conocer más su religión. Así como de intentar impregnarse de este carácter proselitista y polémico que caracterizaba a Chesterton.
Bibliografía y Referencias
[1] Joseph Pearce, op. cit., p. 588.
[2] Norberto, J. (2017). Releyendo a Chesterton para los Católicos del siglo XXI. Septiembre 27, 2019, de Youtube Sitio web: https://www.youtube.com/watch?v=PKf3VDhTc1M
[3] Chesterton, G. (1998). Ortodoxia. Mexico: Porrua.
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